miércoles, 9 de noviembre de 2011

¿QUÉ PASARÁ EL 20-N?


El voto en blanco -que ejercieron más de 400.000 personas en las últimas elecciones municipales y que, según algunos sociólogos, puede crecer en estas- no es solo simbólico. Sirve para lanzar un mensaje -el hartazgo con la clase política- pero puede tener también efectos en el resultado: pone un poco más difícil a los partidos pequeños entrar en las instituciones, según expertos consultados por EL PAÍS. Si el votante quiere expresar su protesta frontal sin apoyar a ningún partido y sin alterar en nada el resultado, la opción es el voto nulo. O la abstención. Aunque ninguna de las tres fórmulas suele ser tenida en cuenta por los políticos el día siguiente. Quizá, hasta ahora.
Los votos blancos y los nulos van al mismo sitio: a la basura. No se traducen en escaños -aunque en las últimas generales, por ejemplo, hubo casi tantos votos en blanco como a ERC o PNV- ni se los reparten los partidos de ninguna manera. Son, eso sí, una forma simbólica de protestar, de decirle a los partidos que ninguno te representa. O que el sistema mismo hace aguas.
Pero la diferencia entre los blancos y los nulos es que los primeros se consideran "votos válidos". Y la cantidad de votos válidos emitidos es la que sirve de base para aplicar la nota de corte del 5% que permite a un partido entrar en el ayuntamiento, explica el sociólogo José Pablo Ferrándiz, director general de Metroscopia. Cuantos más votos válidos haya, más votos necesita un partido para alcanzar el 5%. Por tanto, si crece el voto en blanco -y también si crece el voto a candidaturas-, eso tiene un efecto: a los partidos les cuesta más votos obtener un concejal. Una dificultad añadida para los minoritarios.

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